Hay ciudades que al visitarlas nos hacen saber que han sido capitales de grandes imperios. Es el caso de París, Londres, Venecia o la antigua Constantinopla, hoy Estambul. Con ellas, a uno le alcanza con comenzar a recorrerlas para admirarlas en su belleza actual y descubrir sus glorias pasadas.
Sin embargo, tengo que confesar que cada vez que vuelvo a Roma, la sensación que me provoca es distinta. Desde aquella primera vez en la que sin darme cuenta caminé hasta desembocar en el Foro Romano, tengo siempre la certeza de estar en presencia de una ciudad que es mucho más que una antigua metrópolis.

Para mí, Roma es algo así como un punto de partida, aquel lugar desde donde el mundo tal cual hoy lo conocemos tuvo comienzo, para irradiarse luego como en un gigantesco big bang de civilización hacia todos los confines. Pero esta ciudad apasionante, también puede ser considerada como aquel lugar de retorno, para que nuestra civilización occidental produzca un nuevo Renacimiento cultural y humanístico.

Con la potencia de un faro, cada piedra, cada estatua, cada monumento en ruinas, nos habla de mitos, leyendas, personajes, ritos olvidados o instituciones que nos han ido moldeando como sociedad a través de los tiempos.
Es por ello que a la bien llamada Ciudad Eterna, no es posible nunca conocerla del todo, sino que mas bien habrá que descubrirla poco a poco y es precisamente en esa búsqueda, que antes que admirarla, habremos de contemplarla con ojos bien abiertos.
Como alguna vez dijera Chesterton, Roma «es demasiado pequeña para su grandeza o demasiado grande para su pequeñez» y es tremendamente cierto. Es que esta ciudad que en su evolución histórica, devino en cuna de reyes, emperadores, tiranos, artistas geniales, filósofos, poetas, santos y pecadores, se transformó alguna vez en el ombligo del mundo, al ser elegida como el centro de la Cristiandad.
Aquella célebre frase que dice que «todos los caminos conducen a Roma», nos marca para siempre su centralidad y su ligazón con el mundo. Quizás sea por eso que para poder conocer la Urbe, primero hay que mirar el Orbe.
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